Posts Tagged ‘Steven Horwitz’

Ganancias: no sólo un motivo

agosto 24, 2010

Los beneficios indican a los productores lo que deben o no hacer.

Por Steven Horwitz

Steven Horwitz

Steven Horwitz

Uno de los reclamos más comunes de los críticos del mercado es que “la búsqueda de beneficios” persigue objetivos diferentes con respecto a personas y firmas haciendo “lo correcto”. Por ejemplo, la película Sicko de Michael Moore fue impulsada por su deseo de quitar el afán de beneficios de la asistencia médica porque, en su opinión, la manera en que las personas buscan obtener ganancias no las lleva a suministrar el nivel y el tipo de asistencia que él cree que los pacientes debieran tener.

Dejando por un momento de lado la cuestión de si la industria sanitaria está realmente dominada por la búsqueda de beneficios (dado que casi la mitad de los gastos en asistencia médica en EE.UU. son pagados por el gobierno federal, no es claro qué motivo domina) o si Moore conoce mejor que millones de individuos cuáles son sus necesidades médicas, el reclamo de que un “motivo” es la causa original de patologías sociales es merecedor de algunas reflexiones críticas. Los críticos parecen sugerir que si las personas y las firmas fueran motivadas por algo además del beneficio, estarían más capacitadas para suministrar aquello que los pacientes realmente necesitan.

El principal problema de culpar a un “motivo” es que se ignora la distinción entre intenciones y resultados. Esto es, se ignora la posibilidad de consecuencias no intencionadas, tanto beneficiosas como perjudiciales. Desde Adam Smith, los economistas han entendido que el propio interés de los productores (de los cuáles el afán de lucro es sólo un ejemplo) puede conducir a beneficios sociales. Como Smith conocidamente lo expresó, no es la “benevolencia” del panadero, carnicero, y cervecero lo que los lleva a suministrarnos con nuestra cena si no su “egoísmo”. La idea de Smith, que fue un núcleo de la más extensa Ilustración Escocesa de la que fue parte, puso el foco en las consecuencias de la acción humana, no en sus motivaciones.

Lo que nos preocupa es si los bienes se entregan, no los motivos de quienes los proveen. Smith indujo a los economistas a pensar por qué, o bajo qué circunstancias, el interés propio conduce a consecuencias beneficiosas no intencionadas. Quizás está en la naturaleza humana asumir que las intenciones son iguales a los resultados, o que el interés propio implica una ausencia de beneficio social, como era comúnmente el caso de las sociedades simples y pequeñas en las que la humanidad evolucionó. Sin embargo, en el más complejo, anónimo mundo de lo que Hayek llamó “la Gran Sociedad”, la ecuación simple de intenciones y resultados no se cumple.

Como Smith reconoció, lo que determina si la búsqueda de beneficios conlleva a buenos resultados son las instituciones a través de las cuáles median las acciones humanas. Las instituciones, las leyes y las políticas influencian qué actividades son lucrativas y cuáles no. Un buen sistema económico es aquél en el que dichas instituciones, leyes y políticas son tales que el comportamiento egoísta de los productores resulta en beneficios sociales. En las economías mixtas como la de EE.UU., el marco institucional, por lo general, recompensa la búsqueda de ganancias que no producen beneficios sociales, o a la inversa, previene la búsqueda de ganancias que pueden ocasionar tales beneficios. Por ejemplo, si la política agrícola pagara a los agricultores por no cultivar, entonces el afán de ganancias conducirá a una menor oferta de alimentos. Si la política medioambiental confiscara aquellas tierras con especies en extinción, los dueños de esas tierras guiados por la obtención de beneficios “dispararán, quitarán con la pala, y callarán” (es decir, exterminarán y enterrarán cualquier especie en extinción que encuentren en sus tierras).

Las mismas cuestiones pueden tratarse en la industria de la asistencia sanitaria. Antes de responsabilizar al afán de ganancias de los problemas de la industria, los críticos tal vez quieran mirar las maneras en las que los programas existentes en el gobierno como Medicare y Medicaid, y la interpretación de leyes agraviantes y regulaciones tales como aquellas que limitan quiénes practican qué tipos de medicina, pueden conducir a firmas y profesionales a realizar acciones que son lucrativas pero perjudiciales para los consumidores. Nombrar al afán de lucro la fuente del problema, permite a los críticos ignorar las preguntas realmente difíciles acerca de cómo las instituciones, las políticas y las leyes influyen en la búsqueda de beneficios de los productores; y cómo la búsqueda de ganancias se traduce en resultados. Responsabilizar la búsqueda de beneficios sin reservas simplemente pasa por alto la pregunta Smithiniana de si mejores instituciones permitirían al motivo de lucro generar mejores resultados, y si las políticas o regulaciones actuales son la fuente del problema porque guían la búsqueda de beneficios de maneras que ocasionan los problemas identificados por los críticos.

Por ejemplo, los altos costos médicos pueden ser un resultado de la búsqueda de ganancias de los proveedores, que reconocen que los programas del gobierno son notoriamente malos en determinar de forma precisa los precios de los servicios, y en guardar un buen registro de sus gastos. Ignorar la forma en que las instituciones pueden influir sobre qué es lucrativo se debe frecuentemente a un punto ciego más general acerca de la posibilidad de comportamientos egoístas que generan consecuencias beneficiosas no intencionadas. Antes de intentar eliminar el móvil de ganancias, ¿no deberíamos ver si podemos hacerlo funcionar mejor?

Responsabilizar de los problemas sociales a la búsqueda de beneficios es también fácil si los críticos no ofrecen otra alternativa. ¿Cuál debiera ser el fundamento para determinar cómo se distribuyen los recursos si no es en términos de la búsqueda de ganancias bajo el correcto set de instituciones? ¿Cómo debiera motivarse a las personas si no es por ganancias? Frecuentemente estas preguntas son ignoradas, ya que los críticos están solamente interesados en echar culpas. Cuando no se ignoran, las respuestas pueden variar, pero mayormente invocan un rol significativo de parte del gobierno. Lo interesante de esas respuestas es que los críticos no sugieren que de alguna manera convenzamos a los productores de actuar bajo los fundamentos de algo distinto a las ganancias, si no que en cambio, los reemplacemos por otros burócratas motivados o que estos burócratas severamente limiten las opciones abiertas a los productores. El supuesto implícito, por supuesto, es que el gobierno no estará motivado por ganancias o egoísmo en la misma medida que los productores del sector privado.

Cuán realista es esta suposición sigue siendo cuestionable. ¿Por qué debiéramos asumir que los oficiales del gobierno son menos egoístas que los individuos privados, especialmente cuando la puerta entre los dos sectores está constantemente girando? Y si los oficiales del gobierno sí actúan egoístamente y están motivados por los beneficios análogos a la política (por ejemplo votos, poder, presupuesto), ¿producirán mejores resultados que el sector privado? Si responsabilizar a las ganancias implica dar al gobierno un rol mayor en la resolución de problemas, ¿qué garantías pueden brindar los críticos del afán de ganancias de que los oficiales políticos serán no menos egoístas, y que su egoísmo producirá algún resultado mejor?

Uno mirará en vano en Sicko, por ejemplo, algún análisis de las fallas del apoyo estatal al cuidado de la salud en Cuba, Canadá, Gran Bretaña o cualquier otro lugar. Responsabilizar al afán de lucro sin preguntar si alguna alternativa resolverá mejor los problemas supuestamente causados por el móvil de beneficios es desviar el caso en contra del sector privado.

¿Cómo van a saber?

Incluso este argumento, sin embargo, no va demasiado lejos. Después de todo, todavía estamos concentrados en las intenciones y motivaciones. Lo que los críticos de la búsqueda de beneficios casi nunca preguntan es cómo, en la ausencia de precios, beneficios, y otras instituciones de mercado, los productores serán capaces de saber qué producir y cómo producirlo. El afán de lucro es una parte crucial de un sistema más extenso que permite a los productores y consumidores compartir conocimientos de forma que otros sistemas no pueden.

Supongamos por un momento que tratáramos de quitar el afán de ganancias del cuidado de la salud, llevándolo a un sistema donde el gobierno pague y/o directamente provea los servicios. Supongamos, más allá de que podamos, de alguna manera, asegurar que los oficiales políticos no serán egoístas. Para muchos críticos de la búsqueda de beneficios el problema está resuelto porque los políticos y burócratas interesados en lo público han reemplazado a las firmas con fines de lucro. Pero, no tan rápido. ¿Por qué método exactamente sabrán los oficiales cómo distribuir los recursos? ¿Por qué método sabrán cuánto y qué tipo de cuidados médicos la gente quiere? Y más importante, ¿por qué método sabrán cómo ofrecer asistencia médica sin desperdiciar recursos? Una cosa es decir que todos los adultos deben, por ejemplo, hacerse un chequeo todos los años, pero ¿debiera éste ser provisto por un doctor o un enfermero? ¿Qué tipo de equipo debieran usar? ¿Cuán completo debiera ser? Y más importante, ¿cómo los decisores de políticas sabrán si han contestado éstas preguntas correctamente?

En mercados con buenas instituciones, los productores que buscan ganancias pueden obtener las respuestas a estas preguntas al observar los precios y sus propios beneficios y pérdidas en función de determinar qué usos de recursos son más o menos valiosos para los consumidores. En lugar de tener una solución impuesta a todos los productores, basada en las mejores conjeturas de los políticos, una industria poblada por buscadores de beneficios puede probar otras alternativas y aprender cuál funciona más efectivamente. La competencia por ganancias es un proceso de aprendizaje y descubrimiento. En cuanto a la preocupación de todos los críticos de los beneficios – especialmente pero no sólo en el cuidado de la salud – de que la distribución de recursos guiada por beneficios conlleva a despilfarros, pocos, si algunos, entienden cómo los beneficios y los precios indican la eficiencia (o la falta de ella) en el uso de recursos y permiten a los productores aprender de esas señales. Las pérdidas más importantes de recursos en la industria sanitaria de EE.UU. son el resultado de incentivos y distorsiones de mercado creadas por programas gubernamentales como Medicare y Medicaid.

Entonces el verdadero problema de concentrarnos en el afán de lucro es que asume que el rol primario de los beneficios es motivar (o en el lenguaje contemporáneo “incentivar”) a los productores. Si tomamos en cuenta esa visión, puede ser relativamente fácil encontrar otras maneras de motivarlos o de diseñar un nuevo sistema donde la producción sea llevada a cabo por el estado. Sin embargo, si el rol más importante de los beneficios es transmitir conocimiento acerca de la eficiencia en el uso de recursos y permitir a los productores aprender qué están haciendo bien o pobremente, entonces el argumento se vuelve mucho más complicado. Ahora los críticos deberán explicar, en ausencia de beneficios, qué les indicará lo que deben o no hacer. Eliminar la búsqueda de ganancias de una industria no sólo requiere encontrar un nuevo incentivo si no también desarrollar una nueva manera de aprender. Los beneficios no son sólo un motivo; son también integrantes del irremplazable proceso social de aprendizaje del mercado. Los críticos pueden considerar eliminar el afán de lucro equivalente a darle al Hombre de Hojalata del Mago de Oz un corazón, en realidad, es mucho más parecido a Edipo arrancándose sus propios ojos.

Artículo publicado en la Revista Digital Orden Espontáneo de abril de 2010.

Deber implica Poder. Las declaraciones éticas sin estudios económicos conducen a políticas públicas desastrosas.

febrero 8, 2010

Por Steven Horwitz*

Una de las objeciones más comunes al libre mercado es que este ignora las consideraciones éticas. En particular, los críticos argumentan que hay muchas cosas que “debemos” hacer, que ellos creen que mejorará la vida de las personas. Debemos “redistribuir” el ingreso hacia los pobres, ellos dicen. Debemos hacer de la atención médica un derecho. Debemos arreglar la economía mediante salvatajes a la industria financiera.

El problema con estos “debemos” es que finalmente confrontan el principio deber implica poder. ¿Puede el fin deseado (mejorar el bienestar del pobre, por ejemplo) ser alcanzado por los medios elegidos (redistribución del ingreso)? Si no es así, ¿Qué significa realmente el “deber”? “Debemos” sin tener en cuenta si “podemos” – declaraciones éticas sin estudios económicos – es probable que lleve a políticas públicas desastrosas.

Al explorar la relación entre la economía y la ética, podemos empezar con dos definiciones que parecen relevantes aquí. El economista David Prychitko definió una vez a la economía como “el arte de poner parámetros a nuestras utopías”. Y en una definición particularmente aguda, el premio Nobel F.A. von Hayek escribió que “la curiosa tarea de la economía es demostrarle a los hombres cuan poco realmente saben sobre lo que imaginan que pueden diseñar”. Lo que ambas definiciones sugieren es que la economía trata con el reino de lo “posible” y al hacer esto, demarcan los límites de lo que debería ser imaginable. Antes de que digamos que “debemos” hacer algo, quizás debamos estar seguros de que podemos hacerlo, en el sentido de que la acción es posible que alcance los fines pretendidos. Puesto de una manera diferente: deber implica poder.

Los especialistas en ética pueden imaginar todo tipo de ideas para remediar los males sociales, pero ninguno de los aspirantes benefactores puede darse el gusto de ignorar el análisis económico. Ser capaces de soñar algo no garantiza que sea posible. Muy a menudo las declaraciones éticas tienen un aire de arrogancia, en este sentido el locutor simplemente asume que podemos hacer lo que él dice que debemos hacer. Por el contrario, la economía demanda algo de humildad. Nosotros siempre tenemos que preguntarnos si es humanamente posible hacer lo que los especialistas en ética dicen que debemos hacer. Decir que debemos hacer algo que no podemos hacer, en el sentido de que no se alcanzará nuestro fin, es engancharse en un ejercicio inútil. Si no podemos hacerlo, decir que debemos es ordenar lo imposible.

Así que por el contrario de las quejas oídas comúnmente, no es que los economistas ignoren los temas éticos. Preferimos intentar describir los resultados posibles de poner reglas éticas particulares a la práctica. Por ejemplo, alguien puede argumentar que un salario digno es un imperativo ético, pero eso no cambia el análisis económico de las leyes de salario mínimo. Esas leyes incrementan el desempleo y/o llevan a reducciones de compensaciones en formas no monetarias entre los trabajadores menos habilidosos, pero especialmente en los jóvenes, hombres y no blancos. No importa cuanto pensemos que debemos aprobar tales legislaciones como una forma de ayudar a los pobres, la realidad sigue siendo que la economía nos muestra que no podemos ayudarlos de esa manera. Aquellos que argumentan que debemos tener tal ley pueden aprobarla si quieren, pero deberían hacerlo con los ojos bien abiertos al hecho de que no alcanzará el resultado que desean, no importa cuanto hayan pensado que debemos tenerla.

Tal vez sería mas preciso decir que los expertos en ética ignoran economía, más que los economistas ignoran la ética. Hasta el punto de que lo que la buena economía muestra lo que podemos hacer y lo que no con las políticas sociales, está relacionado con la ética. Después de todo, si el punto de decir que debemos hacer X es que pensamos que se alcanzaran algunos fines moralmente deseables, luego sabiendo que si se hace o no X se alcanzaran esos objetivos es, o al menos debería ser, una parte fundamental de la cuestión moral. Una de las tareas que los economistas deberían establecerse para ellos mismos es participar en este tipo de diálogos con filósofos moralistas y otros quienes discuten desde los “debemos”. El reciente libro del economista Leland Yeager “Ethics as Social Science” es un buen ejemplo de cómo la economía puede informar acerca de cuestiones éticas de este modo.

Estudiando el “deber”, ignorando el “poder”

La pregunta más interesante es el grado al cual los filósofos moralistas involucran a la economía mientras desarrollan sus teorías. Quizás sea verdad que los cursos introductorios de economía no consideran preguntas morales tan a menudo como deberían, pero parecería ser tan cierto como eso que los cursos de ética y estudios religiosos no son afines a confrontar argumentos económicos o datos económicos que se relacionan con sus disciplinas. Explorar el “deber” sin añadirle el “poder” no hará que uno llegue lejos a la hora de diseñar políticas publicas que alcancen los resultados pretendidos. Una excepción a este descuido de la economía es el filósofo Daniel Shapiro con su libro “Is the Welfare State Justified?”. En ese libro, utiliza una buena cantidad de datos empíricos y teoría económica para responder a la pregunta sobre si el Estado de Bienestar puede hacer lo que sus promotores claman. Desde el lado filosófico, este es el tipo de trabajos que necesitan ser realizados.

Poder no significa deber

Una vez que discernimos lo que hay detrás del “deber implica poder” podemos ver que su recíproca también es cierta. Así como no podemos hacer todo lo que la gente dice que debemos, no debemos hacer todo lo que podemos. Vemos esto en los frecuentes llamados a actores políticos a “hacer algo” frente a una crisis. Hay muchas cosas que los políticos pueden hacer en una crisis, y hacerlas es relativamente fácil por lo general, especialmente si los políticos pueden generar un clima de miedo para ayudar a hacer parecer el “deber” más urgente. Pero el hecho de que ellos pueden hacer algo no siempre significa que ellos deben hacerlo. Aun si fuera cierto que “sí, podemos”, entender las consecuencias no vistas o no intencionadas de lo que los políticos pueden hacer nos debería ayudar a decidir si deben hacerlo o no.

Ambas maneras de mirar el “deber implica poder” pone a los economistas en la posición de tirar agua fría a los planes y diseños de los ingenieros sociales de izquierda y derecha. Esto es lo que Prychitko y Hayek querían decir. Los economistas son vistos de esta manera como los meros derribadores de las ideas de otros sin venir con soluciones propias. Hay algo de verdad en este reclamo. Así es como los economistas pasan bastante de su tiempo. Pero es una función importante: mostrar porqué una solución propuesta sólo traería problemas peores es una contribución valiosa al proceso de solución del problema.

Sin embargo, es más relevante que los economistas nos enseñan que las soluciones son encontradas mucho más a menudo en las acciones de los individuos y organizaciones que responden empresarialmente a las situaciones que enfrentan. La noción de una solución de arriba hacia abajo a cualquier problema social va a atraer el ojo crítico del economista. En términos de “deber implica poder”, los economistas a menudo son reacios a decir lo que todos deberían hacer porque ninguna persona o grupo de gente sabe lo que la gente puede hacer. Si deber implica poder, y “poder” es gente en particular en contextos particulares desarrollando soluciones a sus problemas, entonces es difícil decir lo que todos debemos hacer, especialmente en una crisis. Esta es la manera en las que las definiciones de Prychitko y Hayek funcionan en el mundo real.

Todos los temas nombrados arriba han estado a la vista en la crisis económica actual. El salvataje al sector financiero es un ejemplo clásico de dejar que el “deber” aniquile al “poder” y asumir que debemos hacer todo lo que aparentemente pueda ser hecho. La promesa original del salvataje era que el gobierno iba a comprar los activos tóxicos de las instituciones financieras en problemas y luego revenderlos, haciendo el costo real substancialmente menor a los $700 miles de millones originales. Muchos críticos, incluyendo varios economistas, sugirieron que este plan no solo era contraproducente (porque sólo aumentaría la probabilidad de que otras firmas tomaran riesgos imprudentes en el futuro) sino que también la disponibilidad de esos fondos conducirían a reclamos de que el gobierno los use en otras formas igualmente improductivas. Eso es más o menos lo que ha pasado a medida de que el salvataje se expandía a ser dueño parcial de bancos y luego a la industria automotriz. El plan cambió de nuevo cuando el gobierno anuncio que no adquiriría los activos en problemas, sino que inyectaría dinero directamente en los bancos y en otro tipo de negocios. Pero luego todos los “debemos” chocaron nuevamente contra los límites de lo que puede ser hecho vía intervención gubernamental. Mientras tanto, la maquinaria del gobierno hizo muchas cosas que puede hacer (prestar y crear dinero, por ejemplo) sin que los planificadores piensen mucho sobre si “deben” hacer alguna de esas cosas.

Los científicos sociales que pasan por alto temas éticos abandonan uno de sus roles principales en mejorar la condición humana, y los especialistas en ética que ignoran la ciencia social al formular sus prescripciones morales son negligentes por no preguntar si esas soluciones alcanzarán sus fines. Sólo cuando ambas se den cuenta de que deber implica poder, tendremos políticas públicas basadas en un correcto entendimiento de las interacciones humanas.

Artículo publicado en la Revista Digital Orden Espontáneo de diciembre de 2009.

Revista Digital Orden Espontáneo Diciembre

enero 14, 2010

Estimado Lector,

Es una gran alegría presentar la nueva edición de la Revista Digital “Orden Espontáneo” del Centro Adam Smith perteneciente a la Fundación Libertad.

Convencidos de que la defensa de la libertad no debe pasar solamente por el terreno económico, este número incluye reflexiones en torno a la ética, la responsabilidad individual y el libre mercado. Para esto presentamos tres traducciones inéditas de artículos originalmente publicados en la clásica revista The Freeman, editada desde 1951 por la Foundation for Economic Education. Agradecemos a Leandro Kanemann y Yamil Santoro que han colaborado en esta tarea.

El primer artículo se titula “Manos visibles e invisibles. El orden del libre mercado reconoce la importancia de una moral autodirigida” escrito por Douglas Den Uyl y Douglas Rasmussen. En el mismo, los autores se preguntan acerca de la conexión existente entre la mano visible de la ética y la mano invisible del mercado.

Luego, presentamos un breve artículo de Sheldon Richman titulado “Ser es elegir. ¿Puede suceder que tengamos demasiadas alternativas?” Aquí se cuestiona la crítica de que el capitalismo fomenta el consumismo extremo y el materialismo.

Por último, publicamos un ensayo de Steven Horwitz llamado “Deber implica poder”, en el cual el autor explora las relaciones entre la economía y la ética en materia de políticas públicas.

Desde Fundación Libertad aprovechamos la ocasión para saludarlos y esperamos que disfruten de esta nueva edición de la Revista Digital.

Matías Spelta
Editor