Por Sheldon Richman*
Sheldon Richman
Los partidarios del libre mercado son muchas veces parodiados por su aparente respuesta general a cualquier problema: Deja que se encargue el mercado . Lo que quizás suena como una respuesta simplista, sin embargo, es en realidad la más compleja prescripción imaginable. En el mundo moderno, el funcionamiento de cualquier mercado en particular es tan complicado que excede la comprensión de los meros mortales. A cada momento, día tras día, tantas decisiones sutilmente interrelacionadas son tomadas por tantas diferentes personas alrededor de todo el mundo que ningún individuo o grupo de individuos podría posiblemente entender el cuadro completo en forma detallada. Entonces no hay nada simplista en proponer al mercado como una solución a un problema económico. Es la forma abreviada de decir: deja a la multitud de personas informadas que buscando ganancias, arriesgando su propio dinero, y respondiendo a incentivos encuentren una solución basada en la persuasión y no en la coerción. Traducido de esa forma, parece una propuesta prometedora.
Irónicamente, aquellos que no valoran a los mercados son de hecho los que ofrecen una simplista, e incluso vacía, supuesta solución a los problemas económicos: la regulación gubernamental. Esa frase es pronunciada como un conjuro; es la respuesta mágica a todas las dudas acerca de cómo serían resueltos los problemas en ausencia de mercados completamente libres. La ironía es que mientras que la frase “deja que se encargue el mercado” puede ser desarrollada y convertida en algo específico, con la palabra “regulación” no se puede. Sólo puede ser interpretada de esta forma: designa a un zar o un comité para que de alguna manera vigile las cosas, y todo estará bien.
En estos días estamos escuchando mucho esta idea. Es la sugerencia más popular para prevenir una repetición de la turbulencia en los mercados financieros: no hay suficiente regulación. Necesitamos más regulación. Cuando los defensores del libre mercado señalan que los problemas fueron causados por las acciones del gobierno que sistemática y deliberadamente debilitaron la disciplina del mercado para promover beneficios empresariales a través de la adquisición de viviendas sin importar los ingresos o la solvencia, el otro bando parece que quiere decir, “si tenemos la apropiada regulación, no necesitamos la disciplina del mercado.”
Sin embargo, corear “regulación” y “supervisión” no es una solución a nada. Plantea más preguntas que las que responde. Incluso si suponemos que el organismo regulador estaría integrado por gente honesta y desinteresada (un supuesto descabellado, ya nos deberíamos haber dado cuenta a estas alturas), ¿Cómo harían para saber qué tienen que hacer? Como se ha constatado, la complejidad de los mercados excede nuestra imaginación. Puede que una persona posea un gran conocimiento sobre su propia tajada de un mercado determinado, pero eso no le va a servir mucho cuando esa persona tenga que regular todo el mercado. Por supuesto, el comité podría recolectar datos. Pero, ¿De qué servirá? Los datos son historia. Para el momento de su recolección, ya son viejos.
Conocimiento, No Datos
Y ese es el menor de los problemas. El conocimiento más importante que impulsa la actividad del mercado no son datos. Ni siquiera es convertible en datos. Es el tipo de conocimiento, o know-how , que la gente quizás se dé cuenta que posee sólo si se enfrenta con decisiones inesperadas. Puede que no hubiesen sido capaces de decirte por adelantado que habrían hecho bajo esas circunstancias, y puede que no sean capaces de decirte como sabían hacer lo que hicieron. Ellos se encontraron en una situación y, basándose en su experiencia, inteligencia, y corazonadas, descubrieron una oportunidad y actuaron. Una buena parte de la actividad de los mercados financieros funciona así. Decisiones de una fracción de segundo basadas en flashes no exteriorizados de perspicacia propia de un líder, bajo las circunstancias apropiadas, que llevan a resultados fortuitos. ¡Poné eso en un modelo computarizado!
¿Cómo van a hacer los reguladores para mantener las cosas bajo control con todo eso que está pasando? Sentarse en una torre de marfil y escribir regulaciones para un complejo mercado es una receta para el estancamiento, incluso para el caos. ¿Debería requerirse que presentemos un formulario a los reguladores antes de hacer algo diferente a lo que se hacía en el pasado?
Aquellos que entienden poco acerca de los mercados se preocupan de que la gente comercie exóticos derivados que incluso ellos no entienden. Es de suponer que los reguladores tampoco los entenderían. ¿Esto significa que nadie debería estar autorizado a participar de un intercambio con otra persona a menos que los reguladores lo entiendan? Ese sería el principio preventivo aplicado a los intercambios, y echaría por tierra valiosas innovaciones en los mercados financieros – innovaciones que proporcionarían liquidez para apuntalar la producción. Todos estaríamos sujetos al nivel de burócratas que no tienen incentivos, mucho menos habilidad, para descubrir prometedoras innovaciones cuando las vieran.
Llamar a los reguladores burócratas no es simplemente un insulto; también es una descripción. Los burócratas no están en el juego de pérdidas y ganancias, como sí lo están los empresarios en un (verdadero) libre mercado. Ellos no obtienen sus ganancias de la producción de valor, y no arriesgan su propio capital. Como hemos aprendido de la Administración de Alimentos y Fármacos , tienden a ser demasiado cautelosos porque si existe la posibilidad de equivocarse, es mejor equivocarse del lado de no dejar que algo pase. Es más probable que le echen la culpa si permiten algo que luego sale mal.
Cuando se propone una mayor regulación después de una crisis, se supone que los reguladores estarán atentos a una repetición del problema más reciente. Pero usualmente ese no es el problema por el que nos tenemos que preocupar. Lo preocupante es el siguiente e imprevisto problema. ¿Qué razón existe para creer que los reguladores serán competentes para descubrirlo?
Estas dificultades pueden ser resumidas diciendo que la regulación está afectada por el “problema de conocimiento” casi tanto como lo está la planificación centralizada. El regulador está casi tan desprovisto de conocimiento como lo está el planificador.
Problema de Conocimiento
F. A. Hayek describió el problema de conocimiento en su artículo seminal de 1945, “El Uso del Conocimiento en la Sociedad”. Allí escribió,
“El carácter peculiar del problema de un orden económico racional está determinado precisamente por el hecho de que el conocimiento de las circunstancias que debemos utilizar no se encuentra nunca concentrado ni integrado, sino que únicamente como elementos dispersos de conocimiento incompleto y frecuentemente contradictorio en poder de los diferentes individuos. De este modo, el problema económico de la sociedad no es simplemente un problema de asignación de recursos «dados» —si «dados» quiere decir dados a una sola mente que deliberadamente resuelve el problema planteado por estos «datos»—. Se trata más bien de un problema referente a cómo lograr el mejor uso de los recursos conocidos por los miembros de la sociedad, para fines cuya importancia relativa sólo ellos conocen. O, expresado brevemente, es un problema de la utilización del conocimiento que no es dado a nadie en su totalidad.”
Teniendo en cuenta lo anteriormente dicho se puede decir que el regulador gubernamental se parece más a un elefante en un bazar que a una guía inteligente para el mercado.
Hayek apeló al problema de conocimiento para profundizar la crítica a la planificación centralizada realizada por Ludwig von Mises, la cual demostró que sin propiedad privada y libres intercambios de los medios de producción, los precios de mercado y por lo tanto el cálculo económico eran imposible. No hay forma de que el planificador conozca lo que la multitud “conoce” en un mercado. (Las comillas son para indicar que no toda esta información es articulable).
Israel Kirzner continuó la tradición de Mises y Hayek mediante la aplicación de la crítica del cálculo en el socialismo directamente a la regulación del mercado por parte del gobierno en su artículo “The Perils of Regulation: A Market-Process Approach” . El valor del argumento de Kirzner reside en su observación de que a pesar de que los partidarios de la regulación – a diferencia de los partidarios de la planificación centralizada- no buscan eliminar al mercado sino sólo modificarlo, es un hecho de la naturaleza que inevitablemente el problema que sufre el planificador también lo sufre el regulador.
Kirzner muestra que junto con todas las otras sólidas razones para ser escépticos en cuanto a la eficacia de la regulación, la Escuela Austríaca de economía puede realizar otra justificación distintiva ligada a uno de los principales conceptos de esta escuela: el descubrimiento empresarial:
“Los riesgos asociados con la regulación gubernamental de la economía tratados aquí derivan del impacto que se espera tenga la regulación sobre el proceso de descubrimiento, el cual el mercado sin regulación tiende a generar. Incluso si los actuales resultados del mercado en algún sentido son juzgados insatisfactoriamente, la intervención, e incluso la intervención que pueda exitosamente alcanzar sus objetivos inmediatos, no puede ser considerada por obviedad la correcta solución. Después de todo, los mismos aparentes problemas en el mercado pueden generar procesos de descubrimiento y corrección superiores a aquellos emprendidos deliberadamente por la regulación gubernamental. La intervención deliberada por el Estado no sólo puede resultar un sustituto imperfecto del espontáneo proceso de descubrimiento del mercado; sino que además puede dificultar deseables procesos de descubrimiento, cuya necesidad de los mismos no ha sido percibida por el gobierno. Además, la misma regulación gubernamental puede generar nuevos (no intencionados y no deseados) procesos de ajustes del mercado que producen un resultado final incluso menos preferible del que hubiese emergido en un mercado libre”
El punto de vista de Kizner se aplica a los actuales problemas financieros de varias maneras. Primero, la inmensa constelación de regulaciones y otras intervenciones actúan en contra de soluciones empresariales a los problemas. Por ejemplo, puede que haya inversores dispuestos a comprar, con un descuento, los malos títulos respaldados por hipotecas de los bancos de inversión (esto ha pasado en algunos casos), pero ¿Por qué un banco debería vender al actual bajo precio de mercado si el Secretario del Tesoro puede estar dispuesto a pagar más? Segundo, la incertidumbre acerca de qué nuevas regulaciones están por aparecer sólo puede inhibir a las personas que buscan soluciones a los problemas incentivados por la búsqueda de ganancias, quienes puede que encuentren sus planes invalidados por los reguladores. Tercero, cuando nuevas regulaciones son promulgadas, el proceso de descubrimiento del mercado nuevamente se verá detenido, ya que los desconectados reguladores exigen o prohíben acciones sin conocer lo que están haciendo o las consecuencias que vendrán.
La llamada re-regulación, la palabra de moda en estos momentos en Washington, no tiene sentido, porque incluso si los problemas actuales fueron causados por el libre mercado – lo cual no fue así – de eso no se deduce que la regulación gubernamental produciría mejores resultados.
Al oponerse a la regulación gubernamental, ningún partidario del mercado libre cree que el público debería ser dejado a merced de imprudentes especuladores, vendedores al descubierto, y similares, cuyas actividades tienen el potencial de perjudicar a inocentes. El público efectivamente necesita protección. Sin embargo, lo que entienden los partidarios del libre mercado es que la regulación no implica protección sino simplemente un sustituto engañoso de muy mala calidad de la única real protección disponible: la disciplina del mercado.
* Publicado originalmente en la Revista Orden Espontáneo de Agosto.