Por Matías Spelta, Director del Centro Adam Smith perteneciente a la Fundación Libertad.
Email: mspelta@libertad.org.ar ; Twitter: @matiasspelta.
Milton Friedman
Su vida y obra
Milton Friedman nació un día como hoy del año 1912 en Brooklyn, New York (Estados Unidos). Falleció el 16 de noviembre del 2006.
De joven ya mostró sus capacidades, terminando la escuela secundaria antes de cumplir los 16 años. Se graduó en la Rutgers University especilizándose en matemáticas. Luego, comenzó su larga travesía por la Universidad de Chicago al hacer una Maestría en Economía en dicha institución. Recibió allí las influencias de Jacob Viner, Frank Knight y Henry Simons. Unos años más tarde, se doctoró en la Universidad de Columbia.
Comenzó a dictar clases en Chicago en el año 1946. Permaneció treinta años y ayudó a crear una comunidad intelectual que produjo varios premios nobeles (George Stigler, Gary Becker, entre otros).
En 1976 le fue otorgado el Premio Nobel de economía por sus contribuciones en los campos del análisis del consumo, teoría e historia monetaria y por su demostración de la complejidad de las políticas de estabilización. La revista The Economist lo describió como el economista más influyente de la segunda mitad del S. XX.
Ha sido, junto a F. A Hayek, el gran rival de John Maynard Keynes, como él mismo dijo “usando el lenguaje y aparato keynesiano pero rechazando sus conclusiones iniciales”. Su discusión más importante fue en torno a las causas de la crisis del ‘30, lo que provocó que se tuvieran que reescribir los libros de texto. Friedman afirmó que “Lejos de que la depresión haya sido un fracaso del sistema de libre empresa, en realidad fue un trágico fracaso del gobierno”. Junto con Anna Schwartz, en Una Historia Monetaria de los Estados Unidos, demostró cómo el accionar de la Reserva Federal al contraer la oferta monetaria convirtió una crisis típica en una catástrofe. Estas ideas influyeron en la respuesta que adoptó la autoridad monetaria para contrarrestar la recesión que comenzó en el año 2008.
Friedman no fue simplemente un economista académico, además defendió fervientemente las ideas de la libertad, los mercados libres, el gobierno limitado y el Estado de Derecho. Apoyó, entre cosas que veremos más adelante, la legalización de las drogas y el militarismo voluntario. De hecho, consideró su influencia en la derogación del servicio militar obligatorio en los EEUU como el logro por el cual estaba más orgulloso.
Lecciones para la Argentina de hoy
Nuestro país sufre, desde hace alrededor de una década, un proceso inflacionario que dificulta la toma de decisiones empresariales y ocasiona una pérdida en el poder adquisitivo de los más pobres fundamentalmente, al tener casi la totalidad de su riqueza en efectivo. El economista de Chicago nos dejó dos enseñanzas importantes para comprender este fenómeno. En primer lugar, que la inflación es, en todo momento y lugar, un fenómeno monetario. Ni la puja distributiva entre los trabajadores y capitalistas, ni la codicia de los empresarios, ni las restricciones en la oferta de bienes, ni el poder monopólico de ciertas empresas – todas teorías que suele ensayar el gobierno – pueden generar de manera sostenida en el tiempo, un aumento en el nivel de precios a menos que el Banco Central convalide tales incrementos por medio de la emisión de moneda. La segunda gran lección de Friedman es que la inflación actúa como un impuesto que los gobiernos utilizan para financiarse de manera rápida sin tener que aprobar una ley en el Congreso. Por esta razón, Hans Senholz, un economista austríaco, decía al respecto “Confiar nuestro dinero al gobierno es como confiar nuestro canario a un gato hambriento”.
El gobierno nacional se enorgullece de que el gasto estatal en educación en términos del PBI sea récord histórico. No obstante, es común leer noticias acerca de cómo Argentina cae en los rankings internaciones en esta materia. En pocas palabras, aumenta el gasto público y cae la calidad educativa. Friedman nos diría que esta merma en la eficiencia se debe a un problema de incentivos derivado de la forma en que se estructuran los planes de estudios y se financia la educación. En lugar de determinar centralmente los programas educativos, el economista permitiría la plena libertad en cuanto a los contenidos de los mismos, promoviendo una mayor diversidad en la oferta, con la consiguiente mejor adecuación a las necesidades de los individuos. Al mismo tiempo, reemplazaría los subsidios otorgados a la oferta para dirigirlos hacia la demanda. De esta manera, aumentaría la competencia entre las instituciones educativas al tener que disputarse los “vouchers” otorgados por el gobierno a los individuos para que estos elijan libremente dónde estudiar. Sus ideas en esta materia lo llevaron a fundar la Friedman Foundation for Educational Choice.
Probablemente la frase más famosa de Milton Friedman sea “No existen los almuerzos gratis” (“There is no such thing as a free lunch” en inglés). Con esto quería decir que todas las decisiones tienen un costo, incluidas las del gobierno, por supuesto. No hay manera que un Estado pueda proveer un servicio de manera gratuita, es decir, sin que alguien lo pague. Sin embargo, en nuestro país abundan los “para todos”: fútbol para todos, milanesas para todos, cultura para todos, solo por mencionar algunos. Aunque como consumidores del bien no estemos pagando por el mismo, eso no significa que no lo estemos haciendo como contribuyentes o que alguien más no lo esté haciendo por nosotros. Friedman nos enseñó a preguntarnos cada vez que el gobierno proponga una medida, ¿Y esto quién lo pagará?
Reflexiones finales
Milton Friedman fue uno de esos pocos pensadores, nuevamente como F. A. Hayek, con la particularidad de ser criticado tanto por socialistas como por libertarios. Los primeros lo consideran un defensor extremista del libre mercado, mientras que los segundos, ni siquiera lo ponen en la lista de economistas liberales. Si tenemos en cuenta las sabias palabras de Nelson Mandela de que nadie es completamente bueno ni completamente malo, es probable que lleguemos a la conclusión de que ambos sectores ideológicos están equivocados.
A los socialistas se les puede contestar que Friedman estaba de acuerdo con varias políticas intervencionistas que ellos mismos apoyarían. Podemos mencionar, por ejemplo, la provisión gubernamental (no monopólica) de ciertos bienes públicos que el mercado puede que no ofrezca con facilidad, tal como la construcción de rutas. No obstante, su propuesta de un impuesto negativo a los ingresos con el fin de garantizar un nivel mínimo para toda la población, es sin dudas, una faceta difícil de imaginar en un “extremista del libre mercado” como creen de Friedman.
Entender a este economista como un pensador pragmático y estratégico, en lugar de un hombre idealista, creo que es la mejor respuesta que se les puede dar a las críticas libertarias. Buena parte de las disidencias no surgen por el fondo de la cuestión, sino por su forma o por el mero hecho de aceptar la realidad tal cual existe. Friedman estaba a favor de que la moneda fuera provista exclusivamente por el mercado, como en un sistema de patrón oro, pero consideraba que era imposible que los gobiernos decidieran dejar de tener un rol activo en este ámbito y, así, perder los ingresos derivados de la emisión de dinero. Por esta razón, y aceptando la inevitabilidad de la existencia de los bancos centrales, abogó por la instauración de reglas monetarias que limiten su accionar y discrecionalidad. En un sentido similar, se pueden interpretar los consejos económicos que le brindó a regímenes militares como el de Pinochet en Chile. Friedman no apoyaba tal situación, sin embargo, actuó en esos términos, dado que consideraba que la libertad económica en el largo plazo llevaría a la consecución de las libertades políticas dignas de una democracia, lo que finalmente terminó sucediendo en el país vecino.
George Shultz, ex Secretario del Tesoro de los EEUU, dijo hace unos años “a todo el mundo le encanta discutir con Milton, particularmente cuando él no está ahí”. No creo que un economista de la talla de Milton Friedman necesite que yo lo defienda. Leer su obra, haciendo el esfuerzo de entender el contexto y las preguntas que intentaba responder, debería ser más que suficiente.