Posts Tagged ‘Sheldon Richman’

La Vida de Bastiat

septiembre 29, 2010

Claude Frédéric Bastiat

Por Sheldon Richman

Frédéric Bastiat (1801 – 1850) merece un lugar sagrado en los anales de la Economía Política. Miembro de la Escuela Liberal Francesa, o Laissez-Faire, de economistas que incluyó al gran J. B. Say, Bastiat utilizó la lógica, la claridad, y su exuberante ingenio en su búsqueda de entender a la sociedad, la prosperidad, y la libertad. En una serie de breves ensayos y panfletos, y un tratado de economía política, Bastiat enseñó, en contra de Rousseau, que existe un orden natural armonioso para el mundo social, un orden que emana del libre intercambio entre seres humanos guiados por la búsqueda de la satisfacción de necesidades ilimitadas con recursos limitados. El resultado es un progreso estable en el bienestar material de todos. Interferir con esa libertad, y con sus corolarios, la propiedad y la competencia, escribió, deja a las personas más pobres y oprimidas. Esto es así porque la interferencia excluye a los individuos de la acción creativa en que, de otra forma, ellos hubieran participado. Los frutos de la creatividad perdidos por esto son “lo que no se ve” en cualquier acto de intervención.

Claude Fréderic Bastiat nació en la ciudad portuaria de Bayonne, en el sudoeste francés. Huérfano a los 9 años, alcanzó la mayoría de edad durante las guerras Napoleónicas, con sus extensivas intervenciones gubernamentales en los asuntos económicos. Desde joven, eligió el estudio de la economía por sobre los negocios y la agricultura. El multilingüe Bastiat devoraba los trabajos de economistas políticos de toda Europa, con las más profundas huellas dejadas por J. B. Say, Adam Smith, Destutt de Tracy, y Charles Comte. En 1844 comenzó su breve carrera como escritor, estimulado por los esfuerzos libre cambistas de Richard Cobden (quien se convertiría en su mejor amigo ) y la Liga Anti – Ley de Granos en Inglaterra. Bastiat llamó primero la atención con “La influencia de las tarifas inglesa y francesa en el futuros de los dos pueblos”, publicado en el Journal des Économistes. Entonces comenzó su breve torrente de ensayos y panfletos rebatiendo hábilmente las falacias económicas de su tiempo. Dos series de aquellos ensayos fueron compiladas bajo el titulo de Sofismas Económicos (1845)3, un bestseller que pasó por muchas ediciones y fue traducido a varios idiomas. En 1850, mientras su vida se acercaba al final, Bastiat publicó La Ley,4 su elocuente incursión en la filosofía política y legal, y Armonías Económicas ,5 su tratado sobre economía política. Otros trabajos, incluyendo Cobden y la Liga (1845)6 y Capital y Renta (publicado en forma póstuma en 1873)7, no han sido traducidos.

Bastiat fue un activista así como un escritor. En 1846 organizó la Asociación Francesa para el Libre Comercio en Burdeos, antes de mudarse a París donde organizó las iniciativas de libre comercio a escala nacional. Ejerció como Secretario General y Editor del semanario Le Libre Échange (Libre Comercio).

En el revolucionario 1848 el pueblo francés, asqueado por la corrupción monárquica en nombre de intereses especiales, forzó la salida del poder de su rey. En el desorden que le siguió, proyectos socialistas y otros utópicos ganaron adherentes. Para combatir estas ideas, Bastiat, enfermo de tuberculosis, obtuvo una banca en la Asamblea Nacional de Landes. Su previo contacto amistoso con el poeta Lamartine, había convertido al futuro líder de la Segunda República en algo así como un libre cambista. Pero cuando Lamartine apoyó programas intervencionistas Bastiat se le opuso públicamente. En la asamblea Bastiat luchó contra socialistas y comunistas, por un lado, y con monárquicos, proteccionistas, y militaristas, por otro. Mientras su salud decaía, valientemente trató de evitar los bombardeos contra las libertades civiles y económicas. Mientras Francia viraba hacia una nueva revolución en el verano de 1848 (esta abortada), Bastiat, en discursos y ensayos, continuó su batalla por la libertad y en contra del estatismo.

Bastiat no vivió para ver el final de la república y la coronación de Napoleón III. Falleció en Roma en la Noche Buena de 1850 – pero no antes de escribir el volumen uno y parte del dos de su obra maestra, Armonías Económicas. En sus meses finales también escribió el que se convertiría probablemente en su ensayo más conocido, “Lo Que Se Ve y Lo Que No Se Ve” (incluido en los Ensayos Selectos sobre Economía Política). 8 Casi no pudo ser publicado. Bastiat perdió el manuscrito original, lo reescribió, pero no quedó conforme con su trabajo y quemó el segundo manuscrito. Afortunadamente, lo intentó de nuevo.

Los Trabajos de Bastiat

El primer libro de Bastiat, Sofismas Económicos, es una colección de ensayos cortos en los que muestra con una imaginación sin igual la falacia de la intervención gubernamental. El tema subyacente es que cuando un gobierno interfiere con actividades productivas y pacificas, pone obstáculos en el proceso que mejora el bienestar de todos. El ensayo más famoso en este trabajo es “Una Petición”, en el cual los fabricantes de velas de Francia piden ayuda por la “ruinosa competencia de un rival extranjero el cual trabaja bajo condiciones tan superiores a las nuestras en la producción de luz que está inundando el mercado doméstico con esta a un precio increíblemente bajo.” ¿El rival? El Sol. ¿La solución requerida? El cierre obligatorio de todas las ventanas. ¿El resultado prometido? El fomento no solo de la industria de las velas, sino de todas las industrias que la proveen. Bastiat aquí se burlaba del efecto multiplicador mucho antes de que Keynes hubiera nacido.

En “El Ferrocarril Negativo”, comienza sugiriendo que la línea del ferrocarril que va de Paris a España tiene un corte en las vías a la altura de Burdeos para beneficiar a los negocios de esa localidad. Pero lo que es bueno para los productores de Burdeos también es bueno para los productores de cada uno de los pueblos a lo largo de la línea. Entonces ¿por qué no hacer una “línea de ferrocarril compuesta de una serie completa de cortes en las vías, i.e., una línea de ferrocarril negativa”? Un absurdo tal, escribe Bastiat, es lo que surge de enfocarse en el productor y dejar de lado al consumidor en el análisis económico. No resulta extraño que Henry Hazlitt lo halla llamado un “maestro del reductio ad absurdum”, y que F. A. Hayek lo halla apodado como un “publicista de genio”.

La Ley de Bastiat, es su aventura explicita en la filosofía política. En su claridad y brevedad hay logro para admirar. Los filósofos han concebido a la ley como el resultado de un contrato social con un soberano paternalista (Thomas Hobbes), diseñado para lograr la mayor felicidad para el mayor numero (Jeremy Bentham y los utilitaristas), o como una convención arbitraria definiendo lo que está bien y lo que está mal (los positivistas legales). En cambio, Bastiat pertenece claramente al campo de la ley natural (junto a John Locke): “La vida, la libertad, y la propiedad no existen porque el hombre haya creado leyes. Al contrario, es el hecho de que la vida, la libertad, y la propiedad existen de antemano lo que llevó al hombre a hacer leyes en primer lugar”. Ubica a la fuente de la ley en la naturaleza humana: para vivir, los seres humanos necesitan libertad y propiedad en orden a transformar el potencial de la naturaleza en elementos útiles. Entonces la ley que está en conflicto con la libertad y la propiedad no es una verdadera ley, sino un saqueo legalizado, una tentación constante dado que los hombres desean lograr sus objetivos con el menor esfuerzo. El resultado es un caos moral, opresión y privación material. Bastiat concluye con un llamado a la libertad y un rechazo a todas las propuestas que proponen acuerdos sociales antinaturales entre las personas.

Bastiat siguió hacia un examen más amplio del sistema de mercado como un todo en Armonías Económicas. En este, Bastiat construye metódicamente su edificio teórico. Comienza reconociendo la regularidad económica que permite a Paris ser alimentada diariamente. Notablemente, esta regularidad no está diseñada ni mantenida por ningún gran maestro. Es el resultado de los actos de incontables individuos persiguiendo sus propios intereses. Para Bastiat el objetivo de la economía es explicar este orden producido por aquel “prodigiosamente ingenioso mecanismo” – el libre mercado – el cual armoniza los intereses de la multitud, permitiendo a cada persona disfrutar de un conjunto de bienes de consumo que ninguno de ellos podría producir ni en diez siglos. Bastiat no deja opción al lector más que maravillarse ante ambas, la complejidad del mercado, y su facilidad sin igual para mejorar nuestras circunstancias materiales. Para él, la sociedad es un sistema de intercambio de servicios fundado en el interés propio, la propiedad privada, la libre competencia, cuya razón de ser es el beneficio de los consumidores. Esto al contrario de los economistas británicos – en especial Adam Smith y David Ricardo – quienes se concentraron en la producción de riqueza material. Está en la misma naturaleza del sistema, enseñó Bastiat, que no se requiere una dirección central; en realidad, todos los intentos de dirigirlo han llevado a la pobreza y la desesperación. Entonces Bastiat dejó un resumen monumental y elocuente en contra del socialismo y todas las otras formas de intervención económica gubernamental; la más conocida, el proteccionismo. La proeza cubre desde el intercambio, valor, riqueza, capital, tierra, competencia, renta, salarios, ahorros, población, y hasta el castigo al progreso, la guerra. Aunque en los trabajos faltan algunos de los profundos desarrollos logrados posteriormente por la subjetivista Escuela Austriaca de Economía, la imagen del proceso de mercado de Bastiat es sofisticado y valorable.

Los Ensayos Selectos sobre Economía Política , una colección póstuma de ensayos y panfletos, contiene algunos de los mejores escritos de Bastiat. Aquí él desenmascara, por ejemplo, la doctrina de la balanza comercial, señalando que si es mejor exportar que importar, entonces lo mejor sería que los barcos que llevan las exportaciones se hundan para que ninguna importación ingrese como resultado. Además en este volumen está su ensayo “El Estado”, el cual contiene la verdad citada frecuentemente, “El Estado es la gran entidad ficticia por la cual todos buscan vivir a expensas de todos los demás.”

En “Lo que se ve y lo que no se ve” la perspicacia y claridad de Bastiat quedan en evidencia. Comienza con la historia de un chico que ha roto una ventana. Un espectador señala el lado positivo de la travesura del chico: el vidriero va a ganar seis francos realizando su actividad, lo cual fomenta su industria. Ante lo cual Bastiat protesta, “Eso nunca va a suceder! Su teoría se detiene en lo que se ve. No toma en cuenta lo que no se ve”. Lo que no se ve es que si la ventana no se hubiera roto, los seis francos hubieran estado disponibles para cosas de las cuales el dueño de la ventana ahora no podrá disponer. Él es entonces más pobre! No hay lado positivo.

El fenómeno de lo que no se ve tiene sus raíces en dos de los temas de Bastiat: las necesidades humanas son ilimitadas y los recursos son escasos. Mientras que la naturaleza imponga esas condiciones, no hay peligro de una sobreproducción general. El trabajo para realizar no tiene fin. Todas las intervenciones gubernamentales diseñadas para crear o ahorrar puestos de trabajo, como los aranceles, son obstáculos al progreso porque, al generar o mantener precios artificialmente altos, dejan a los consumidores con menos dinero con el cual satisfacer otras necesidades. Si los textiles importados baratos son prohibidos, la gente no puede acceder a otros bienes que los ahorros le hubieran permitido. Como resultado, la comunidad está en peores condiciones de las que hubiera podido estar.

Bastiat Hoy

A lo largo de sus escritos, Bastiat trató una simple pregunta: ¿Qué tipo de economía promueve la prosperidad humana? Como se dijo antes, su respuesta se construye sobre dos verdades relativas al mundo que nos rodea: necesidades ilimitadas y recursos escasos. Tomadas juntas, estas condiciones implican que una sociedad libre, una en la cual la gente pueda utilizar su propiedad como crea conveniente, es la mejor sociedad. Sólo este tipo de sociedad permite a la gente reconciliar sus diversos objetivos e intereses a través del comercio – y este comercio a su vez apoya a la división del trabajo, la cual permite a cada uno prosperar hasta un nivel mayor al que cada uno hubiera logrado individualmente.

Para mantener esta prosperidad, Bastiat ponía énfasis en que la interferencia del gobierno en el sistema de libre intercambio, sin importar cuán bien intencionada sea, tiene efectos perversos. Para entender totalmente esto, debemos mirar más allá de los efectos inmediatos, a los secundarios, las consecuencias que “no se ven”. Solo si hacemos esto podemos estar seguros de que la política gubernamental no es un “saqueo legalizado”, beneficiando a pocos a expensas de muchos.

Bastiat no fue el primero ni el último economista político en recomendar una sociedad libre. Otros desde Adam Smith a F. A. Hayek también lo han hecho. Tampoco fue el más influyente: mientras que influyó en importantes economistas americanos e ingleses en el siglo XIX, incluyendo a Amasa Walker y William Stanley Jevons, ha sido en gran parte ignorado desde entonces. De todas formas, él tiene pocos pares en lo que respecta a presentar el caso a favor de la libertad con claridad e ingenio. ¿Quién no puede ver el disparate en la propuesta para el ferrocarril negativo o en la petición del fabricante de velas? ¿Quién puede olvidar la formulación de “lo que se ve y lo que no se ve”? Esta y otras perlas literarias constituyen el genio de Bastiat, convirtiendo sus trabajos en el hallazgo de un tesoro que aun puede instruir y hacer las delicias de los lectores que se crucen con ellos hoy.

Artículo publicado en la Revista Digital Orden Espontáneo de julio de 2010.

Ser es Elegir. ¿Puede suceder que tengamos demasiadas alternativas?

febrero 17, 2010

Por Sheldon Richman.

Sheldon Richman

Los críticos de izquierda y derecha del libre mercado muchas veces levantan la crítica de que el capitalismo fomenta el consumismo extremo y el materialismo. Las tiendas y los centros comerciales se multiplican, ofreciendo las 24 horas una desorientadora gama de productos sin los cuales la gente no hace mucho tiempo se las arreglaba perfectamente bien. Un muy conocido conservador aspirante a periodista/político una vez me dijo, “Tu has caminado por el centro comercial. ¿Realmente necesitamos todas esas cosas?”

A algunas personas – incluso a muchos consumidores- les causa molestia el número de alternativas dentro de categorías de productos. El New York Times recientemente publicó un informe acerca de unos estudios realizados por un profesor de psicología y un profesor de economía en los cuales se pretendía mostrar que los consumidores pueden verse abrumados con demasiadas alternativas. Mark R. Lepper, director del departamento de psicología de la Universidad de Stanford, le dijo al Times, “Uno se puede exceder en el proceso de ofrecer alternativas y cuando nos enfrentamos a una gama de opciones que es más grande de lo que podemos manejar, esto tiene efectos negativos”.

Según el Times:

El Dr. Edward L. Deci, un profesor de psicología de la Universidad de Rochester que estudia las motivaciones humanas (y que no realizó los estudios), dijo que “tener más que un número óptimo de opciones no es necesariamente un factor motivador, como muy bien han mostrado estos estudios”.

“Es muy importante para la gente tener opciones, poder decidir lo que es importante para ellos”, agregó. “Pero puedes sobrecargarte con ellas, simplemente como con cualquier otra cosa”.

Bueno, ok. Hay un grano de verdad aquí. Todos nosotros hemos estado desconcertados alguna que otra vez por una gran variedad de productos. ¿Pero lo manejamos, no? Le preguntamos a amigos acerca de sus experiencias o leemos críticas de productos o encontramos diferentes maneras de reducir la selección a un número manejable.

Además, lo que es un número óptimo de alternativas para una persona es un subóptimo para alguien más. ¿Debería fijar el estándar para todo el resto la persona menos competente manejando opciones?

La disponibilidad de numerosas alternativas no necesariamente instila el materialismo o el desconcierto. Cada individuo está todavía a cargo de su conducta y de su vida. Elegir es la consecuencia de la libertad, por lo que al momento de la exasperación, considera la alternativa. La gama de opciones bajo el socialismo no satisfacía a nadie, incluyendo a los gobernantes que se las arreglaban para obtener bienes del oeste.

Quejarnos acerca de los lujosos buffets que el capitalismo pone ante nosotros es como protestar en contra de los restaurantes tenedor libre abiertos las 24 horas. La existencia de esos restaurantes no implica que deberías comer todo lo que puedas las 24 horas del día. Simplemente indica, “Estamos aquí cuando lo desees”. Lo mismo se aplica al resto de los mercados.

No tienes que consumir todo lo que ves. Simplemente está ahí cuando lo quieras. Ejercita el sentido de la responsabilidad y prospera.

Artículo publicado en la Revista Digital Orden Espontáneo de diciembre de 2009.

Revista Digital Orden Espontáneo Diciembre

enero 14, 2010

Estimado Lector,

Es una gran alegría presentar la nueva edición de la Revista Digital “Orden Espontáneo” del Centro Adam Smith perteneciente a la Fundación Libertad.

Convencidos de que la defensa de la libertad no debe pasar solamente por el terreno económico, este número incluye reflexiones en torno a la ética, la responsabilidad individual y el libre mercado. Para esto presentamos tres traducciones inéditas de artículos originalmente publicados en la clásica revista The Freeman, editada desde 1951 por la Foundation for Economic Education. Agradecemos a Leandro Kanemann y Yamil Santoro que han colaborado en esta tarea.

El primer artículo se titula “Manos visibles e invisibles. El orden del libre mercado reconoce la importancia de una moral autodirigida” escrito por Douglas Den Uyl y Douglas Rasmussen. En el mismo, los autores se preguntan acerca de la conexión existente entre la mano visible de la ética y la mano invisible del mercado.

Luego, presentamos un breve artículo de Sheldon Richman titulado “Ser es elegir. ¿Puede suceder que tengamos demasiadas alternativas?” Aquí se cuestiona la crítica de que el capitalismo fomenta el consumismo extremo y el materialismo.

Por último, publicamos un ensayo de Steven Horwitz llamado “Deber implica poder”, en el cual el autor explora las relaciones entre la economía y la ética en materia de políticas públicas.

Desde Fundación Libertad aprovechamos la ocasión para saludarlos y esperamos que disfruten de esta nueva edición de la Revista Digital.

Matías Spelta
Editor

La pretensión del conocimiento necesario para la regulación

septiembre 11, 2009

Por Sheldon Richman*

Sheldon Richman

Sheldon Richman

Los partidarios del libre mercado son muchas veces parodiados por su aparente respuesta general a cualquier problema: Deja que se encargue el mercado . Lo que quizás suena como una respuesta simplista, sin embargo, es en realidad la más compleja prescripción imaginable. En el mundo moderno, el funcionamiento de cualquier mercado en particular es tan complicado que excede la comprensión de los meros mortales. A cada momento, día tras día, tantas decisiones sutilmente interrelacionadas son tomadas por tantas diferentes personas alrededor de todo el mundo que ningún individuo o grupo de individuos podría posiblemente entender el cuadro completo en forma detallada. Entonces no hay nada simplista en proponer al mercado como una solución a un problema económico. Es la forma abreviada de decir: deja a la multitud de personas informadas que buscando ganancias, arriesgando su propio dinero, y respondiendo a incentivos encuentren una solución basada en la persuasión y no en la coerción. Traducido de esa forma, parece una propuesta prometedora.

Irónicamente, aquellos que no valoran a los mercados son de hecho los que ofrecen una simplista, e incluso vacía, supuesta solución a los problemas económicos: la regulación gubernamental. Esa frase es pronunciada como un conjuro; es la respuesta mágica a todas las dudas acerca de cómo serían resueltos los problemas en ausencia de mercados completamente libres. La ironía es que mientras que la frase “deja que se encargue el mercado” puede ser desarrollada y convertida en algo específico, con la palabra “regulación” no se puede. Sólo puede ser interpretada de esta forma: designa a un zar o un comité para que de alguna manera vigile las cosas, y todo estará bien.

En estos días estamos escuchando mucho esta idea. Es la sugerencia más popular para prevenir una repetición de la turbulencia en los mercados financieros: no hay suficiente regulación. Necesitamos más regulación. Cuando los defensores del libre mercado señalan que los problemas fueron causados por las acciones del gobierno que sistemática y deliberadamente debilitaron la disciplina del mercado para promover beneficios empresariales a través de la adquisición de viviendas sin importar los ingresos o la solvencia, el otro bando parece que quiere decir, “si tenemos la apropiada regulación, no necesitamos la disciplina del mercado.”

Sin embargo, corear “regulación” y “supervisión” no es una solución a nada. Plantea más preguntas que las que responde. Incluso si suponemos que el organismo regulador estaría integrado por gente honesta y desinteresada (un supuesto descabellado, ya nos deberíamos haber dado cuenta a estas alturas), ¿Cómo harían para saber qué tienen que hacer? Como se ha constatado, la complejidad de los mercados excede nuestra imaginación. Puede que una persona posea un gran conocimiento sobre su propia tajada de un mercado determinado, pero eso no le va a servir mucho cuando esa persona tenga que regular todo el mercado. Por supuesto, el comité podría recolectar datos. Pero, ¿De qué servirá? Los datos son historia. Para el momento de su recolección, ya son viejos.

Conocimiento, No Datos

Y ese es el menor de los problemas. El conocimiento más importante que impulsa la actividad del mercado no son datos. Ni siquiera es convertible en datos. Es el tipo de conocimiento, o know-how , que la gente quizás se dé cuenta que posee sólo si se enfrenta con decisiones inesperadas. Puede que no hubiesen sido capaces de decirte por adelantado que habrían hecho bajo esas circunstancias, y puede que no sean capaces de decirte como sabían hacer lo que hicieron. Ellos se encontraron en una situación y, basándose en su experiencia, inteligencia, y corazonadas, descubrieron una oportunidad y actuaron. Una buena parte de la actividad de los mercados financieros funciona así. Decisiones de una fracción de segundo basadas en flashes no exteriorizados de perspicacia propia de un líder, bajo las circunstancias apropiadas, que llevan a resultados fortuitos. ¡Poné eso en un modelo computarizado!

¿Cómo van a hacer los reguladores para mantener las cosas bajo control con todo eso que está pasando? Sentarse en una torre de marfil y escribir regulaciones para un complejo mercado es una receta para el estancamiento, incluso para el caos. ¿Debería requerirse que presentemos un formulario a los reguladores antes de hacer algo diferente a lo que se hacía en el pasado?

Aquellos que entienden poco acerca de los mercados se preocupan de que la gente comercie exóticos derivados que incluso ellos no entienden. Es de suponer que los reguladores tampoco los entenderían. ¿Esto significa que nadie debería estar autorizado a participar de un intercambio con otra persona a menos que los reguladores lo entiendan? Ese sería el principio preventivo aplicado a los intercambios, y echaría por tierra valiosas innovaciones en los mercados financieros – innovaciones que proporcionarían liquidez para apuntalar la producción. Todos estaríamos sujetos al nivel de burócratas que no tienen incentivos, mucho menos habilidad, para descubrir prometedoras innovaciones cuando las vieran.

Llamar a los reguladores burócratas no es simplemente un insulto; también es una descripción. Los burócratas no están en el juego de pérdidas y ganancias, como sí lo están los empresarios en un (verdadero) libre mercado. Ellos no obtienen sus ganancias de la producción de valor, y no arriesgan su propio capital. Como hemos aprendido de la Administración de Alimentos y Fármacos , tienden a ser demasiado cautelosos porque si existe la posibilidad de equivocarse, es mejor equivocarse del lado de no dejar que algo pase. Es más probable que le echen la culpa si permiten algo que luego sale mal.

Cuando se propone una mayor regulación después de una crisis, se supone que los reguladores estarán atentos a una repetición del problema más reciente. Pero usualmente ese no es el problema por el que nos tenemos que preocupar. Lo preocupante es el siguiente e imprevisto problema. ¿Qué razón existe para creer que los reguladores serán competentes para descubrirlo?

Estas dificultades pueden ser resumidas diciendo que la regulación está afectada por el “problema de conocimiento” casi tanto como lo está la planificación centralizada. El regulador está casi tan desprovisto de conocimiento como lo está el planificador.

Problema de Conocimiento

F. A. Hayek describió el problema de conocimiento en su artículo seminal de 1945, “El Uso del Conocimiento en la Sociedad”. Allí escribió,

“El carácter peculiar del problema de un orden económico racional está determinado precisamente por el hecho de que el conocimiento de las circunstancias que debemos utilizar no se encuentra nunca concentrado ni integrado, sino que únicamente como elementos dispersos de conocimiento incompleto y frecuentemente contradictorio en poder de los diferentes individuos. De este modo, el problema económico de la sociedad no es simplemente un problema de asignación de recursos «dados» —si «dados» quiere decir dados a una sola mente que deliberadamente resuelve el problema planteado por estos «datos»—. Se trata más bien de un problema referente a cómo lograr el mejor uso de los recursos conocidos por los miembros de la sociedad, para fines cuya importancia relativa sólo ellos conocen. O, expresado brevemente, es un problema de la utilización del conocimiento que no es dado a nadie en su totalidad.”

Teniendo en cuenta lo anteriormente dicho se puede decir que el regulador gubernamental se parece más a un elefante en un bazar que a una guía inteligente para el mercado.

Hayek apeló al problema de conocimiento para profundizar la crítica a la planificación centralizada realizada por Ludwig von Mises, la cual demostró que sin propiedad privada y libres intercambios de los medios de producción, los precios de mercado y por lo tanto el cálculo económico eran imposible. No hay forma de que el planificador conozca lo que la multitud “conoce” en un mercado. (Las comillas son para indicar que no toda esta información es articulable).

Israel Kirzner continuó la tradición de Mises y Hayek mediante la aplicación de la crítica del cálculo en el socialismo directamente a la regulación del mercado por parte del gobierno en su artículo “The Perils of Regulation: A Market-Process Approach” . El valor del argumento de Kirzner reside en su observación de que a pesar de que los partidarios de la regulación – a diferencia de los partidarios de la planificación centralizada- no buscan eliminar al mercado sino sólo modificarlo, es un hecho de la naturaleza que inevitablemente el problema que sufre el planificador también lo sufre el regulador.

Kirzner muestra que junto con todas las otras sólidas razones para ser escépticos en cuanto a la eficacia de la regulación, la Escuela Austríaca de economía puede realizar otra justificación distintiva ligada a uno de los principales conceptos de esta escuela: el descubrimiento empresarial:

“Los riesgos asociados con la regulación gubernamental de la economía tratados aquí derivan del impacto que se espera tenga la regulación sobre el proceso de descubrimiento, el cual el mercado sin regulación tiende a generar. Incluso si los actuales resultados del mercado en algún sentido son juzgados insatisfactoriamente, la intervención, e incluso la intervención que pueda exitosamente alcanzar sus objetivos inmediatos, no puede ser considerada por obviedad la correcta solución. Después de todo, los mismos aparentes problemas en el mercado pueden generar procesos de descubrimiento y corrección superiores a aquellos emprendidos deliberadamente por la regulación gubernamental. La intervención deliberada por el Estado no sólo puede resultar un sustituto imperfecto del espontáneo proceso de descubrimiento del mercado; sino que además puede dificultar deseables procesos de descubrimiento, cuya necesidad de los mismos no ha sido percibida por el gobierno. Además, la misma regulación gubernamental puede generar nuevos (no intencionados y no deseados) procesos de ajustes del mercado que producen un resultado final incluso menos preferible del que hubiese emergido en un mercado libre”

El punto de vista de Kizner se aplica a los actuales problemas financieros de varias maneras. Primero, la inmensa constelación de regulaciones y otras intervenciones actúan en contra de soluciones empresariales a los problemas. Por ejemplo, puede que haya inversores dispuestos a comprar, con un descuento, los malos títulos respaldados por hipotecas de los bancos de inversión (esto ha pasado en algunos casos), pero ¿Por qué un banco debería vender al actual bajo precio de mercado si el Secretario del Tesoro puede estar dispuesto a pagar más? Segundo, la incertidumbre acerca de qué nuevas regulaciones están por aparecer sólo puede inhibir a las personas que buscan soluciones a los problemas incentivados por la búsqueda de ganancias, quienes puede que encuentren sus planes invalidados por los reguladores. Tercero, cuando nuevas regulaciones son promulgadas, el proceso de descubrimiento del mercado nuevamente se verá detenido, ya que los desconectados reguladores exigen o prohíben acciones sin conocer lo que están haciendo o las consecuencias que vendrán.

La llamada re-regulación, la palabra de moda en estos momentos en Washington, no tiene sentido, porque incluso si los problemas actuales fueron causados por el libre mercado – lo cual no fue así – de eso no se deduce que la regulación gubernamental produciría mejores resultados.

Al oponerse a la regulación gubernamental, ningún partidario del mercado libre cree que el público debería ser dejado a merced de imprudentes especuladores, vendedores al descubierto, y similares, cuyas actividades tienen el potencial de perjudicar a inocentes. El público efectivamente necesita protección. Sin embargo, lo que entienden los partidarios del libre mercado es que la regulación no implica protección sino simplemente un sustituto engañoso de muy mala calidad de la única real protección disponible: la disciplina del mercado.

* Publicado originalmente en la Revista Orden Espontáneo de Agosto.